Intimidad.
Cómo se escurre entre los dedos y qué difícil es atraparla y que se quede aunque sea un rato. Vivimos en un mundo de miedo en el que todos nos damos la vuelta para esconder el corazón, en el que negamos todo asomo de sentimiento, de piel erizada, de lágrima asomando, de verdad aflorando del alma. No sé si es mayor el miedo a que nos hieran o el miedo a mostrar esa parte de nosotros que necesita luz y calor para vivir. Como una pequeña planta en busca del Sol, Sol que le negamos, Sol del que huimos. Mejor quedarse frío que quemarse, pensarán muchos.
Intimidad.
Intimidad es mirarse a los ojos y no apartar la mirada, buscar más allá, perderse en dos pupilas y nadar hacia lo desconocido que habita en ellas. Es un abrazo que no hace falta que termine, una piel templada de la que no necesitas despegarte. Intimidad es ese silencio que no quieres llenar de palabras, esa comodidad que te hace callar y poder disfrutar de esa paz y ese tiempo sin que falte ni sobre nada. Intimidad es desnudar el corazón y no sentir pudor al mostrarlo, que la ropa cae al suelo más fácilmente que las capas de barniz y los disfraces de dentro. Intimidad es decir en alta voz que siento, que quiero, que escucho, que expreso, que disfruto, que sufro, que temo… QUE VIVO. Y que vivir a veces da miedo, a veces duele y a veces te da escalofríos de felicidad. No es fácil ser tú mismo tal cual, sin dobleces ni filtros. Intimidad es ser tú y reconocer tu fragilidad.
“El amor no encuentra su sentido en el ansia de cosas ya hechas, completas y terminadas, sino en el impulso a participar en la construcción de esas cosas” Zygmunt Bauman en Amor Líquido.
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