Inmortal.

Ilustración: Sara Herranz
Ilustración: Sara Herranz http://www.saraherranz.tumblr.com/

Pero sucede que las sirenas disponen de un arma más terrible aún que su canto. Es su silencio. – Franz Kafka

Hacíamos el amor en aviones de papel.

Parece mentira, pero es posible meter dos cuerpos desnudos

en ambas caras de una hoja.

Sólo hace falta una cena en un lugar público,

un lápiz rojo, un lápiz negro

y una mesa que separe dos cuerpos que no debieron juntarse nunca.

 

Propuesta indecente / Girar el papel /

Respuesta indecente / Girar el papel /

Completar la frase / Girar el papel.

 

Posteriormente, lo doblábamos en las cinco partes necesarias para que volara.

Por lo menos, había unos metros de aire que nos separaban.

Que separaba la amenaza de mi diluvio, de la tranquilidad de ese desierto tuyo.

 

Bastaba el enfrentamiento natural de ambos platos en un restaurante,

un par de roces por debajo de la mesa,

un camarero impertinente (y enamorado de mí)

que nos llenara la copa de vino cada 10 minutos,

un movimiento estratégico para enseñarte el escote

y la amenaza latente de que algún conocido pudiera estar mirándonos.

(Bastaban tus ojos con las pestañas más largas de la historia,

bastaba que me miraras y que me dijeras esas cosas que sabes decirme).

 

Después, en la caminata solitaria de regreso,

aprovechaba los parabrisas sucios para seguir escribiéndote cosas con los dedos.

 

Al llegar a casa, ponía la radio en busca de una cuña publicitaria con tu voz

para comprar lo que fuera que estuvieses vendiendo,

aunque ni trabajes en la radio, ni negocies mas que besos ocultos.

 

Por último, antes de dormir, me ponía frente al espejo

y me escudriñaba los mofletes para ver si tenía pegada algunas de tus pestañas,

ponérmela en medio del pecho y creerme mío, un deseo tuyo.

 

Contigo, en esos minutos, me reía del mundo,

aprendía que los besos se pueden beber con vino

y la ropa se puede comer con pan,

y que tu cama mide 90 de ancho por 1,90 de largo.

Contigo, en esos minutos, me creía inmortal.

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Ana G. Labrac

Ana G. Labrac

No tengo pájaros en la cabeza, tengo jaulas.

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