Cuando me siento sola y te echo de menos soy capaz de imaginarme las cartas que escribes de noche, como si no tuvieran lugar en nuestra época. Son larguísimas, con una perfecta y tumbada caligrafía y trazadas con una pluma sobre un papel enrollado y amarillento.
Me imagino tu escritorio de madera de roble, mientras en la calle ondea bruma de la humedad y del frio del invierno, con empedrados resbaladizos y oscuros, sonando los zapatos huecos de cualquier transeúnte borracho y perdido.
Me imagino cómo eso te despista y te asomas por la ventana con tus ojos castaños, y al verlo, sonríes, sonríes por la inocencia del mundo.
Me imagino cómo te imaginas historias de vez en cuando, incluso una en la que puedes llegar a volar, y llegas tan alto que tus adornos quedan atrás y ya nadie te ve, solo te recuerda.
Me imagino como sueltas tus dedos para relajar tu muñeca y poder seguir diseñando líneas con sentido en la realidad de las letras.
Me imagino que se apaga tu vela y te quedas ciego, y ya no puedes seguir escribiendo tus cartas, esas que viajan hacia donde tú eliges.
Me imagino cómo te lanzas a la calle a bajo cero buscando alguna luz olvidada, porque sientes que no puedes perder ni un segundo de tu vida.
Me imagino cómo consigues poner: un “te quiero”, un “adiós”, un “hasta pronto” al final de tus folios.
Y abro mi buzón y no hay nada… y al día siguiente vuelvo a mirar y tampoco.
Me di cuenta tarde de que el tiempo no agota su exactitud y cualquier instante puede no llegar nunca o puede llegar el día más inesperado.
Apareciste tú, sin cartas, solo tú.
¡Feliz Navidad y Feliz año 2o15!
Por toda nuestra imaginación, que no la perdamos a pesar de no conocer la imaginación de los demás.
Fotografía: Chema Madoz