A propósito de Magic in the moonlight

La semana pasada se estrenó en España la última película del cineasta neoyorkino Woody Allen. Enmarcada dentro de ésta última etapa de su filmografía caracterizada por esa mirada europeo-centrista, el film arranca en el adinerado y estereotipado barrio londinense de Belgravia (ya utilizado en otros de sus films como Match Point) para acabar desarrollándose en la idílica costa francesa. Y es que el cineasta, de nuevo y subvencionado por los ayuntamientos de las ciudades (como fue el caso del de Barcelona en Vicky, Cristina, Barcelona) siempre saca lo mejor de cada ciudad, haciendo de sus películas bonitos y estéticamente perfectos pasajes turísticos. Y yo me pregunto ¿por qué? En el fondo, puede ser simplista, una visión comercial sobre la realidad, pero no dejo de entrever en estos debates multiculturalistas que hemos venido viendo con anterioridad, que en efecto, la globalización, la transnacionalización de las culturas y en definitiva ese multiculturalismo, lo que encierra es un esencialismo de la cultura: ese recoger sólo lo mejor y reducirlo a mero estereotipo.

Por otro lado, me parece una de las películas más filosóficas que, con mucho sentido, el cineasta ha construido. Con esa visión occidentalista tan característica de sus gafas de pasta, se acerca esta vez al misticismo y al orientalismo para equilibrar la balanza, y apostar por una realidad debatida en la mayoría de los congresos postmodernos. Y es que como ya se adentró Foucault, la realidad, para afirmarse necesita de contrarios, para poder decir yo, tienen que existir los otros, para poder decir negro, tiene que existir el blanco; la mujer para el hombre, el capitalismo para el socialismo, Occidente para Oriente, el rico para el pobre, la vida de la muerte.

Pero Allen se remonta a un texto casi fundacional de la modernidad, para hablar de eso que hemos titulado como “el retorno postmoderno hacia el misticismo” y enmarcado en los prósperos años 20 (Algo ya tratado en Midnight in Paris, cuyas temáticas se alejan tanto como se encuentran). Dicho texto es promulgado ni mas ni menos que el gran Nietzsche. Habiendo desmontado todo el sistema de valores tradicionales, habiendo aniquilado directamente a Dios, habiendo profesado el olvido de los instintos del hombre ¿qué es lo que queda? Y supongo que eso es lo que está en contante debate.

Por ello Allen nos pone en la mesa una narración que parece simple, estereotipada, multiculturalista, capitalista, para dar de lleno en el clavo con la esencia de los productos culturales que hoy consumimos, y así poder llegar a una reflexión posterior. Reflexión que obviamente se encuentra debajo de toda esa estética perfectamente formulada, y que nos regala escenas tan maravillosas como las puestas de sol o la fiesta en esa gran villa francesa.

Fotograma 1 de Magic in the moonlight
Fotograma 1 de Magic in the moonlight

Pero ¿por donde empezamos?

Yo empezaría por Stanley, el mago londinense (nacionalidad que no es baladí a su personaje, no hay que olvidar que hoy en día la sustentación de la ideología, del capitalismo y racionalismo por excelencia es Gran Bretaña unida a su ideal súbdito Estados Unidos). Un personaje de clase alta que lleva una vida idílica, perfectamente medida. Encarna por excelencia al hombre racional, milimétrico, falto de fe, que tiene como doctrina la filosofía nietzscheana, cuya vida deja muy poco espacio a la improvisación.

Y conoce casualmente a Sophie (nombre tampoco escogido al azar, que parte de “philosophie” y que significa sabiduría) una médium, que es totalmente contrapuesta a su forma de vida y pensamiento. Entregada al misticismo y al más allá, es una chica de clase baja, que se deja llevar por la vida de un lugar a otro.

Tenemos por otra parte el personaje de la tía de Stanley: Vanessa, que encarna entre otros las posiciones kantiana y finalmente, la mayéutica socratiana, para hacer cuestionar a su sobrino la esencia de su realidad. Y que acaba por esclarecer los pensamientos de él con una frase que resume todo el pensamiento de Magic in the moonlight: “puede que el mundo tenga o no un propósito, pero lo que si tiene es algo de magia”

Perfectamente conducido tras un guión impecable, Stanley se acaba dejando llevar por los rincones del misterio llegando a creer en todo lo que él había detestado, pero al final es una simple artimaña (una simple reflexión de Allen para decirnos: ¿podemos estar seguros al 100% de todo, acaso la ideología no esconde muchas incongruencias, no es una mentira para poder autojustificarse?).

Pero finalmente, tras esta mentira, Stanley se da cuenta de que la rigidez mental y el racionalismo que profesa, no es más que una pura y banal mentira que se ha creado. Incluso la relación con su mujer. Y es que la vida necesita de impulso, de irracionalidad, porque como ya dijo Nietzsche somos mitad hombres mitad animales. Y acaba por darse cuenta de todo ello, y deja a flote sus sentimientos para darse cuenta de que en realidad de quién está enamorado es de Sophie y no de la imagen idílica de su mujer.

Y así consiguen el equilibrio perfecto, la racionalidad vs la irracionalidad, el occidentalista con la orientalista, la clase alta con la baja, el intelectualismo vs el impulso de la vida. Todo en pura sintonía, bajo unos diálogos tan excéntricos con el cineasta, tan repetidos o renovados que siguen sin perder la magia de su sello de autor.

Fotograma 2 de Magic in the moonlight
Fotograma 2 de Magic in the moonlight

En cuanto a ese retorno Postmoderno hacia el misticismo, creo que Allen hace todo este ejercicio de reflexión para no hacernos olvidar que la realidad necesita de contrarios, y que la Modernidad o la Ilustración se olvidó del espíritu a favor de la razón, y es la Postmodernidad y la caída de esos valores, la que vuelve a merodear por los inicios de nuestra civilización, hacia ese misticismo olvidado, hacia el animal, hacia la metafísica griega, hacia Eros y Thanatos. O si no habría más que mirar en la calle esa necesidad del yoga, de los retiros espirituales, de la vuelta a los orígenes rurales, de una vida ecológica, para compensar los excesos de una civilización construida con una ideología puramente racionalista y destructiva. ¿Acaso no necesitamos realmente de magia?

 

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Paula López Montero

Paula López Montero

Nací en 1993, lo demás es historia

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