Siempre vi París como la ciudad del sexo, del sexo elegante, desgarrador e intenso.
De ese sexo apasionado de cuarto blanco en el que firmas la almohada con el negro de tus ojos.
Me imagino verte acercar, fumando cual estrella francesa del celuloide, vestida de sábanas sudadas, a la ventana de contras blancas.
De un giro irresistible de cabeza me miras, expulsas el humo por los labios, se te cae la sábana, y pienso en lo afortunado que soy de tener este recuerdo imaginado.
Por eso algún día te llevaré a París.
No verás la torre, ni los campos, ni siquiera el molino, sólo verás las estrellas.
Eso sí, desayunaremos croissants.