Parte meteorológico.

He abandonado la pena del pez de pecera,
la lectura del espejo acusador que busca hurgar en la herida sin purgarla.
Me he creído verdugo para hacerme pasar por víctima,
he besado a las víctimas a las que manipulé para que se supiesen verdugos
y me he ido sin moverme de esta habitación gris que espera que explote
y manche sus paredes de colores.
He hablado con ojos cerrados manteniendo los míos muy abiertos
como si así todo lo que saliese por ellos debiera ser cierto
y no autoengaño.
Me he mentido encima y se han salpicado otros.
He escapado del silencio abrumador por no oír
el ruido que late en mis sienes y cuando he querido disparar,
he recordado que hace ya un tiempo que me tragué las balas
por no apuntar a mis pies.

Ahora estoy bailando. Bailo música que suena aquí dentro
y no consigo adivinar si son huesos rotos o mi niña interior aplaudiendo.
Me estoy dejando traer
con la dulzura del que se siente perdido sabiendo a dónde va
porque siempre me llevo a las espaldas.
Permito al mar que me meza y me peine el pelo
y sonrío sin la vergüenza del niño que está cambiando los dientes.
No me reconozco y me sé de memoria.
Observo fotografías propias y pongo mi dedo en mis labios.
Me noto respirar.
Miro con el orgullo de una madre a mis errores
y luzco cicatrices de mordiscos de hormigas
por el gusto de disimular que sólo la fiera ataca y es atacada por sí misma.
-Disculpa que te hable de mí-.

Es cierto que hace frío en esta mente que busca cesar el encuentro,
vaciar la pérdida;
pero no llueve allí fuera.

He escampado.

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Cristina Pérez

Cristina Pérez

Más que pájaros, tengo un campo de minas en la cabeza.

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