Drive

Fue estrenarse y directamente pasar al cajón de películas de culto de la mayoría de los críticos que apostaron por rescatar de Drive (2011) todos sus silencios. Un poco en la línea de Kill Bill (2003 y 2004) o Taxi Driver (1976), parece que la violencia esteta hoy es un motor, cliché, quizá juego de los propios autores que les sirven para hacer un reflejo de los excesos, de la transgresión de valores, de leyes que ya no nos representan y que sirven para entreabrir la puerta al animal que llevamos dentro, a toda esa violencia reprimida, enjaulada, y que en un ascensor, pareciendo ser lo que no se es, desborda hasta salpicar la cámara.

Nicolas Winding Refn, el director que hace dos años nos regalaba otra joya: Only God Forgives (2013), es el gran aliado del nihilismo y del silencio, y con el gran Ryan Gosling y su carita de bueno, construye un relato donde las no-referencias, los no-lugares, el no saber la identidad del personaje más que por su mítica chaqueta, nos representa esa gran cuestión que es la Posmodernidad. Y es un relato que pesa si, y puede hacerse pesado en esas largas pausas, esperas que sin embargo convierten el momento de tensión y adrenalina en la mejor montaña rusa, quizá metáfora de la efervescencia de sensaciones en la que vivimos.

Quizá lo mejor sea el poder cuestionar esa violencia esteta, legitimada o no, pero que desde luego gusta. Pero ¿por qué? Michael Haneke, quizá uno de los mejores pensadores del cine, aparte de su arte cinematográfico y gracias a películas como Funny Games (1997) decía: “vivimos en una parte del mundo muy industrializada y solo conocemos la violencia personal por los medios de comunicación. Asistimos a una desrealización de la violencia”. La tarea de éste genio en sus films es reanclar esa violencia en lo real. Tarea difícil.

Fotograma Drive -1
Fotograma Drive -1

Tras las ya múltiples referencias a esto de repensar la violencia, como son los films La Naranja Mecánica (Stanley Kubrick, 1971), la española Tesis (Alejandro Amenábar, 1996), Videodrome (1983) de Cronenberg, o Funny Games (1997) de Haneke, nos encontramos a un joven cineasta que trata de ir más allá. Su logro es el de mitificar la violencia con una serie de clichés, objetos que funcionan de forma autónoma (como es el caso de la chaqueta de Gosling), y pausar, ralentizar la velocidad del film para hacernos más conscientes de ese juego con el tiempo, la linealidad, y construcción propia de la ficción.

Otro motor de la historia es el haber creado eso conocido como personaje borderline que como su propia raíz hace referencia a lo límites, es aquella personalidad que se mueve en los márgenes, vértices y que en gran medida hace hincapié en ese no saber si vas o vienes, quien eres, o qué te representa. Ese vivir constantemente en el límite lo vemos en otros grandes personajes como El caballero oscuro (2008 y 2012) de Nolan, quizá el mejor ejemplo.

Con una estética muy marcada se hace referencia a la superficialidad de la Posmodernidad, y Drive, como reflejo nos pone en cuestión esa estética significante, esos modelos referentes, ese querer ser cómo, esos iconos que hoy venden camisetas sin saber ni si quiera por qué murieron o cual era su filosofía. Es el vacío de los tiempos presentes, es el punto de mira en una estética que, sobresaturada, se carga directamente con una bala todo lo que viene detrás. Cuántos quisimos conducir ese Ford Mustang, (icono de todo un modelo de chico malo- femme fatale), esa chaqueta con el escorpión que tiene identidad propia más allá de Gosling, como el pelo de John Travolta, el traje de Bruce Lee, la excentricidad de Rocky Horror Picture Show (1975), las gafapasta de Allen. Nos vamos perdiendo entre la estética, en la mitificación de lo visible.

Fotograma Drive -2
Fotograma Drive -2

Hace poco veía el anuncio (porque no iba a pagar por ver esa película en el cine) de un film titulado algo así como Kingsman (2015), y que recurría a los clásicos clichés del James Bond británico pero renovados, y al parecer funcionaba. Si pensásemos en el agente 007, quizá sea el mejor ejemplo de lo que me refiero con la estructura significante, si queremos, mitificante de lo esteta: Un traje, un reloj, y un Aston Martin. No necesitas más y ya tienes una película de James Bond. En esa película que os menciono los objetos han cambiado: Una gorra de skater, gafas de pasta, un traje y unas nike. Modelo icónicos de lo que vende en la Posmodernidad. No puedo deciros si es una parodia, o si realmente el director estaba convencido de su funcionamiento. Tendré que verla.

Drive, juega un poco con lo mismo, pero de forma mucho más acertada: Una estética que tiene mucho tirón, los años 60, un coche clásico, una BSO que retumba en el eco de los espectadores al salir de la sala y una cazadora con mucho mensaje acerca de toda la reflexión de la película: La fábula de Esopo del escorpión y la rana. En ella un escorpión le pide a una rana que le ayude a cruzar el río prometiéndole no hacerle ningún daño. La rana accede subiéndole a sus espaldas pero cuando están a mitad del trayecto el escorpión pica a la rana. Ésta le pregunta incrédula «¿cómo has podido hacer algo así?, ahora moriremos los dos» ante lo que el escorpión se disculpa «no he tenido elección, es mi naturaleza«.

Naturaleza… La historia versa sobre la esencia del ser humano, sobre la violencia intrínseca y reprimida durante siglos, estallada en alguna que otra guerra, y que inevitablemente sale a la luz en un ascensor como instinto de supervivencia. Nos queda pensar ¿Hasta que punto la violencia forma parte de nosotros?

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Paula López Montero

Paula López Montero

Nací en 1993, lo demás es historia

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