Narcisismo en la era contemporánea

Sales a la calle, céntrica, esquizofrénica, miras la ley del segundero porque en la era post ya siempre es demasiado tarde, y te dejas caer en el paseo turístico que atraviesa Gran vía, en el murmullo de gente atolondrada, preocupada de los zapatos, de las luces de xenón que inundan los escaparates a ritmo de bass y electro-cardio-pop. Mareados por el perfume individualista moderno de los grandes grupos deliberadores de ideología y narcisismo, anestesiados por el cansancio de colas eternas, procesiones a dejarse la billetera en la línea de caja. El tráfico lento, la vida rápida, la ciudad palpitando, guiada. Se escapa un grito contenido. Cámaras grabando, haciendo vigilias eternas para que no nos escapemos de la jaula. ¿Pájaros o gusanos? Sin ellas “todo está permitido”. Las cámaras se han vuelto el registro de la eternidad, la huella por el mundo, la inefable prueba de que existimos, y vivimos una vida tan de mierda que es oportuno dejar que alguien espíe nuestras horas, las contenga y haga estudios de mercado y vuelva a hacer de éste mundo algo sinceramente acabado. Eterno Retorno.

Y pueda parecer un desasosiego de la ya agotada era contemporánea. Pero sinceramente me ha inundado la tristeza al salir al mundo derrotado, y ver lo que se pierde por la mirilla de aquellas cámaras canon-nikon-asiáticas que acumulan rollos (perdón tarjetas SD) llenas de basura instantánea, para no volver a mirar la vida, para evitarla. Cumpliendo eso que dicen los demagogos de la demagogia: siempre es mejor escaparse por la palabra de alguien, por el objetivo apresurado de una cámara inquieta, que salir a buscar la belleza de las cosas que perdimos.

El otro día contemplé un atardecer digno de Turner, el cielo bicolor se reflejaba en el lago tranquilo, y la sombra de un pescador calmado me revelaba la belleza de las cosas que se escapan en el ritmo apresurado de la ciudad. Dejamos las cámaras y los móviles en el coche. Y aunque el deseo de estar por encima del mundo llamado Facebook, latiese de vez en cuando en nuestras venas de veinte años, nos quedamos, como quien contempla algo que tiene su instante y pasa. Y en lo efímero de un paisaje, de un momento que valió su peso en la plata que tenían sus ojos, en la apertura del alma, en el saber que estábamos ahí, en el momento, agarradas a la contingencia de nuestra existencia, haciéndola hermosa, dejándola brillar, me di cuenta de que no hizo falta registrar la eternidad, simplemente estuvimos, y la llevamos empapada, como quien se siente único y vale la pena seguir siendo “nosotros”.

Veréis, yo empecé este artículo escribiendo sobre el narcisismo de la era contemporánea, y os iba a llenar de frases premeditadas lacanianas-freudianas, para acercaros una pequeña reflexión a cerca de los excesos del mundo capitalista-tecnológico por excelencia. Todo vino de la invasión de los “palos selfies” que atormentan con egocentrismo una frase que tuvo su sentido en su día ser es ser percibido del empirista extremo George Berkeley. Y podría parecerse al momento que vivimos: perseguir la percepción pura sin intervención del intelecto. Ya son dos los olvidados: el animal y la razón. ¿Qué somos?

No estoy en contra del amor propio, no estoy en contra de la era tecnológica, estoy en contra del desvirtuamiento sin sentido, de la excesiva falta de ojo crítico en nuestra sociedad hiperconsumista, publicitaria, económica liberal-enfrascada. Mi reflexión aquella noche, después de un atardecer maravilloso, del ritmo calmado de las sensaciones puras, de los sentidos despiertos, cuando el cielo estrellado dejó caer su filosofía fue: Todo se ha vuelto Olvido con mayúsculas, quizá la mayor histeria burguesa-posmoderna sea el propio olvido del sujeto, de nuestra existencia. Encierra a alguien en un cuarto lleno de espejos y le volverás loco, ponle en la mirada un camino abierto y le harás libre. En eso consiste esta pequeña farsa llena de cristales y máscaras. Y nosotros que olvidamos las pequeñas cosas, como el contemplar el cielo, y sentirse pequeño y grande, y la curiosidad (motor del mundo), y apreciar el cambio, el baile rotativo de las cosas, la evolución de las que son de verdad, del estanque de las que nos atrapan, de la violencia de las que no nos dejan ser libres.

Así, mientras Olvidamos que hay que lamer las heridas, no renunciar a ellas, que la Guerra duele, pero mirar hacia otro lado es quitar la mirada a aquellos que dieron su vida. Mientras nos Olvidamos de que somos, y estamos y la vida corre deprisa, desnuda, por ahí fuera. Mientras alguien se preocupa por hacernos Olvidar mientras construye muros que separan civilizaciones, billetes que separan familias, mentiras que renuncian a la búsqueda de la verdad. Mientras vender el alma por un pasaporte sea motivo para dejarse la vida en una patera en Melilla mientras les condenamos a su miseria. Iremos perdiendo, olvidaremos hasta la pregunta ¿Qué somos? Dará igual en una era mecanicista.

Y mientras tanto las tecnologías que fomentan el falso individualismo estético, el narcisismo como fundamentación de la ideología, la fotografía desvirtuada, el arte inconexo de la simbología, perdidos en un mapa de referencias de las referencias (y la viceversas ya dan igual). Y mientras escapar suene utópico. Os invito a probar un paisaje, sin móvil, sin palos-selfie, sin cámara. Y me decís. O mejor, no lo hagáis y así me sigo sintiendo la única capaz de sentir la vida. Y puedo escribir artículos como éste, que no me dan de comer, pero alimentan algo que un día se llamó espíritu.

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Paula López Montero

Paula López Montero

Nací en 1993, lo demás es historia

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