La mosca se posa sobre el pastel.
Al mirar dentro de los ojos, las pupilas han dejado de ser negras. La pared, de fondo, consume una sombra ajena, se apodera de ella instantáneamente. Nadie se sienta a la mesa, en la mesa, sobre la mesa, bajo la mesa. Nadie. La posición de un cuerpo que no es absoluta se diluye hacia el equilibrio imperfecto.
La inconsciente mosca mantiene sus alas hundidas en la nata.
“Lo comprenderé todo cuando llegue la hora de saber, y de decir la cosa justa”. Mientras, soñamos, y el mundo se deshace precario. ¿Sabes cuántos días tardaré en leer tu maldito poema? En la pared, la del fondo, alguien ha escrito, “Juventud, ¿por qué me abandonas?” y luego ha dibujado una cuerda con un nudo en un extremo, el izquierdo. ¡No!
La mosca no consigue retomar su torpe vuelo.
El sietedeseptiembrededosmilynunca
me desangro el intestino para evitar que todo muera
consciente de que el perro tiene la rabia
y de que toda ciudad bombardeada cambia de nombre pero no de habitante.
Tus ojos,
negros,
no comprenden.
Toco la pared.
Tocas la pared.
Ahora, la pared
nos divide.
Horas después, solo queda un cadáver cubierto de azúcar.