Ciclo evolutivo de los parásitos

La locura no está en la cabeza. Es un parásito que se ingiere con comida en mal estado y pone huevos en el estómago. Huevos que crecen cada vez que tragas. Cuanto más tragas más crece. Se hincha el huevo de la locura y se hace enorme y duro y compacto y empuja todo lo de alrededor.

Esto no es algo que me hayan contado. Ahora lo sé porque me está pasando. Me habían dicho que la locura es una enfermedad de la mente y la tratan los psiquiatras y la subdividen en algoritmos con trazos finos como hacen los cirujanos con los planos de la piel.
Eso me habían contado. No es cierto.

Sé que la locura cuando crece te dobla el cuerpo hacia dentro del propio peso. Que la voz no tiene donde apoyarse para salir. Y no sale. Que los pulmones se comprimen y se hacen más pequeños y al intentar respirar profundo duele y duele y el aire no entra.

Sé que cuando el huevo está creciendo temes el momento en que estalle porque parece que la locura al romper el cascarón saldrá a través del pecho con una explosión de vísceras y sangre y trozos de pulmón y de estómago como confeti. Exactamente igual que una bailarina sale de una tarta.

Sé que cuando el huevo está inmenso y la punta ya ha ascendido por el esófago y roza la garganta comprime tu cuello tan fuerte que la cabeza late porque quiere escaparse volando del cuerpo como un globo. Te ahogas. Te estás ahogando de locura. Ha rellenado todos los huecos de ti. Ese es el momento en que deseas que estalle. No importa que se abra el pecho, el estómago o el cuerpo entero en canal, necesitas que la locura salga formada y adulta y se vaya.

No es culpa suya, los ciclos naturales son así. La locura entra minúscula por la boca y crece. La alimentas días y días y crece. Le das calor con la sangre fluyendo a su alrededor como las tuberías de una casa y crece. La arrullas con el sonido de las tripas y crece. La empollas, como una gallina.
Llega un momento que es más grande que tú. La imagino retorciéndose dentro de las paredes de su huevo, con sus patas o sus garras o sus alas. Con sus dientes o sus colmillos o sus cuernos.
Nunca he visto la locura adulta, solo la he sentido crecer. La imagino chocando contra el cascarón, ahogándose porque mi cuerpo se le queda pequeño, hambrienta de más, contorsionada como un muelle, dolorida de falta de expandirse, de estirarse de volar, de correr, de nadar, de lo que quiera que haga.

Y yo intento abrirle paso, encontrarle un hueco, hacerle camino a través de mí. Me he quitado toda la ropa y desnuda me busco lunares, manchas del sol, cicatrices, lugares donde la piel se hace frágil, lugares de quiebro, los primeros puntos de dehiscencia, los primeros que cederán a la presión. Hundo los dedos en todos mis orificios, en la nariz, en la boca, en el coño, en el ombligo. Exploro todos los trozos que me componen, huelo y lamo con atención buscando la puerta. Y ahí araño, excavo ¿Hasta dónde puedo rascar sin llegar a los huesos mondos, limpios, blancos y muertos?.

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Rocío Vaquero

Rocío Vaquero

Cuentista. Me gusta untar las historias sobre el papel como si fueran mantequilla. Escribo porque no puedo evitarlo. Explica la luz, si puedes.

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