Cientos y cientos de días

ME CONFIESO. Casi treinta otoños ya, para comprender que un año no fueron cientos y cientos de días.

Diciembre en un cajón, y huir. Huir de la sal, como se huye de las tinieblas, de la luz que cautiva a la bestia. Huir, con pasos cansados de medir en distancia. Huir, y gritar versos en cuidad ajena, cuando lo ordinario es banal.

Enero. Me asusto. Mi cuerpo no tiene cabida en este agujero que es la realidad ante mis ojos. Comprendo. El muerto venía de dentro y el espejo lo reconocía: «El muerto eres tú», decía. Y la vida, largas tardes de verano en el pueblo, tan lejos, que ni me atrevo a llamarlo reflejo.

Martes y febrero. Mis manos piensan en primavera y me nacen las alas, pero aún no sé volar. Te miro, prometo. «No serán mis brazos los que te dejen caer». Me miras, pájaros en la retina. Pero te abrazas a la sombra y te puebla el vacío. Y yo miento, y colecciono fantasmas como quien colecciona recuerdos.

Marzo. Vuelve el vientre, el frío, el humo, el rincón, el insecto. Vuelve la voz, la palabra, la luz, la sombra, la piedra. La noche en un tren. La infancia en una jaula.

Abril. O segundo marzo. Perdí la cuenta mientras caímos derrotados de olvido, esclavos de la lenta tortura que es el reloj entre unas manos frías que reniegan del abrazo a un padre.

Mayo. Ahora camino sin inocencia, y todo me sobre, y todo me desborda. Como el sol hace ciega a la noche. Como el reloj condena al anciano. Y sé que de este árbol en ruinas no bastará con coger la rama enferma para hacer de ella un tronco.

Junio. He soñado con caminos que conocían mi nombre mientras dolías.

Julio. Dueles. Tu ausencia, duele.

Agosto. Las cosas que aún son tú, duelen.

Septiembre. Soplo las velas, no pido deseo. Pero ojalá sólo fuera cenizas.

Octubre. Sufro de perplejidad existencial, y no logro decidir si costumbre o vida, si horizonte o frontera, si respuesta u olvido. Si no soy, si soy; si no soy, si soy; si no soy, si fui.

Noviembre. Despierto, miro mi mano y el futuro es hoy. Noviembre, como en Berlín el muro, yo caigo. Y de entre las ruinas que fueron historia del vacío surge una ciudad nueva, de venas abiertas, para poder ser poblada. Noviembre, respiro, te he conocido y ya no preciso de la magia.

Y así, diciembre, me desnudo y me confieso. Casi treinta otoños ya para comprender que un año no sólo son, nunca serán, cientos y cientos de días.

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Isa García

Isa García

De Almería, pero con un trozo muy importante de vida en Barcelona. Estudió Historia y Antropología, y trabaja en lo que puede y no en lo que quiere. Escribe para respirar y respira para escribir.

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