Crítica La Vida de Adèle

Última película del franco-tunecino Abdellatif Kechiche que se llevó el pasado festival de Cannes la palma de oro a la mejor película, dentro de un circuito de votación más que polémico. Si bien en un principio parecía que todos los académicos votaron unánimemente, los días siguientes vinieron cargados de polémica y dilemas a cerca de la clasificación de la película. Y es que, como veremos, este film invade todos los sentidos hasta expulsar todo proceso de raciocinio que pueda tener un cinéfilo como los que se encontraban en el pasado festival francés.

La vida de Adèle es una película que quema, y no en el sentido erótico aunque las escenas sexuales completan las últimas dos horas del film. Es una película que está llena de deseo y pasión, que cautiva el lado dionisiaco del espectador y que hacen de su estética cuidada y fría, un torrente o manantial de vitalidad. El título inglés que da nombre a este film “The blue is the warmest color” me parece igual de acertado en este sentido, aunque La vida de Adèle nos posiciona en un relato mucho más intimista. Y es que la película no va de una simple relación amorosa, ni va de una relación homosexual, va sobre la búsqueda de uno mismo, y de la intimidad, complicidad, y retos a los que se enfrenta cualquier pareja que siga los diálogos de la posmodernidad.

Un viaje que dura tres horas y que concluye dejando a Adèle y al espectador al igual que el inicio del film: Varados. Varados entre millones de interrogantes que se discuten y hacen huella en una realidad cambiante, en una realidad y en un relato colectivo que tiene que ver con los valores quebrados y heredados de nuestros antepasados, con una sociedad llena de miedo en la que la racionalidad impera sobre el terreno de los sentidos, y que va dando palos de ciego ante el desmantelamiento de todo un sistema de valores que imponían el sentido, antes que fomentar esa búsqueda por nosotros mismos. Todas esas preguntas flotan en el ambiente, porque la realidad crítica es una y parece que no sabemos a que aferrarnos ni poner nombre a todos esos fantasmas, pero La vida de Adèle afirma rotundamente que la manera de poder avanzar hacia delante es recuperando a Dionisos, reconstruyendo un mapa en el que la leyenda nos la ponen Freud y Nietzsche y consiguiendo un equilibrio entre Apolo y Dionisos o entre Eros y Thanatos.

La primera media hora del film relata la experiencia sexual de Adèle con un compañero de clase Thomas (Jeremie Laheurte) y la contextualiza dentro de una generación aún en pleno desarrollo: la adolescencia. Aquí la impasibilidad de Adèle se ve desde el principio. Se puede apreciar la incomodidad que siente con ella misma en las largas miradas al horizonte y el desdoblamiento en los cristales y las imposiciones que su círculo social le va volcando.

Ella comienza su relación con Thomas indiferente, aunque cree que debe intentarlo con él porque no es “natural” que no le guste ese chico cuando a todas sus amigas sí. De hecho la naturaleza es algo que está latente en todo el discurso del film. En clase llegan a discutir que el vicio del agua es su gravedad, y que la cristiandad piensa que ningún vicio es bueno, pero en realidad no es que la gravedad sea un vicio, sino que es su naturaleza, al igual que la homosexualidad. También entra en juego aquí una crítica a la sociedad tolerante que acepta la homosexualidad masculina pero no la femenina, como vemos en el caso de su amigo Valentin (Sandor Funtek). Y desde luego es algo que estará por todas las esquinas del film: la naturaleza de la mujer.

Las primeras escenas, como hemos dicho, están llenas de vacío y hacen de la interpretación de Adèle Exarchopoulos un retrato cruelmente desolador. Pero lo que realmente hace de su interpretación una excelente mímesis con la realidad, es el cambio que se produce en Adèle desde que conoce a Emma (Léa Seydoux) y que está espléndidamente trabajado y enriquece increíblemente el guión. Desde ese momento empieza la desenvoltura de Adèle fuera de su cotidianeidad, comienza a desarrollarse como persona, como amante, como maestra, llega a la maduración y todo ello gracias al ejemplo que sigue de Emma, y gracias al espacio de libertad que ella le deja para afrontar con honestidad lo que ella quiere ser. Y hay que decir que aunque la BSO no prepondere ante los silencios y diálogos que están perfectamente medidos, la elección de las canciones no es baladí, sino que acentúan ese mensaje que está por detrás del film, como es el caso de I Follow rivers de Lykke li, que pone de manifiesto el papel de modelo que tiene Emma en su relación con Adèle.

Por otro lado, desde el inicio del film La vida de Adéle eligió una posición intimista de la cámara para retratar la evolución de la protagonista, y cabe decir que tras las críticas que se le hicieron sobre el punto de vista que reflejaba la mujer como objeto sexual, he de apuntar que el subtexto del film va mucho más allá. Las continuas escenas sexuales no son para goce del espectador, si no que ponen sobre la pantalla algo que aún no tiene nombre, ni imagen y que es la homosexualidad femenina no como erotismo, sino como romanticismo. Se ha discutido que el punto de vista es de un hombre, el director Abdellatif Kechiche, pero creo y según veo en otros de sus films (La escurridiza, y La venus negra) que su intención no es la de crear un relato morboso, sino enfrentarse a la ignorancia de una sociedad que hacen de la mujer un objeto sexual. De hecho la “objetualización” de la mujer está presente en todo el discurso, y no sólo en que Adèle sea la musa de Emma, si no en la elección al principio del film de la lectura de La vida de Mariana de Marivaux que se relata una posición liberal de la mujer en el siglo XVII.

Fotograma La vida de Adèle
Fotograma La Vida de Adèle

Como ya hemos citado, las últimas dos horas del film retratan la evolución del romance entre Adéle y Emma en el que la experiencia sensorial y sexual completa el vacío que antes sentía la protagonista. Son continuos los planos de la boca, las miradas, las manos como reflejando esa oralidad en la que se basa su relación. Son excesivas las largas secuencias sexuales, que acaban por no discernir muy bien el tipo de punto de vista que se quiere dar sobre el film, pero en cualquier caso es cierto que sirven para reflejar la importancia sexual y el imperio de los sentidos que confluye en su relación.

El otro punto cumbre del film sería después de formalizar sus romances, cuando llegan los compromisos de presentarse ante las familias y ante sus amigos. Algo muy cotidiano y con el que descubrimos muchas más cosas de las dos protagonistas de lo que esperábamos. Como el que la relación de Emma con sus padres es muy liberal, (comen ostras y citan su similitud al sexo femenino), y en cambio la familia de Adèle es más clásica, hay muchos más silencios, y no pueden llevar con naturalidad su relación. Es por ello que las dos protagonistas tienen diversas maneras de ver la vida, Adèle mucho más familiar y cotidiana y Emma mucho más liberal y artística. En relación a esto Emma en sus primeros encuentros menciona a Sartre y dice “la existencia precede a la esencia, nacemos, existimos, y nos definimos por nuestras acciones, por la búsqueda y la libertad de elegir los propios valores”. Esa frase resume el pensamiento de Emma, y del que Adéle beberá como buena discípula pero que no será suyo propio, y el viaje de Adéle es seguir buscando sus propios valores.

Por ello la bifurcación del proyecto en común que tenían para ellas dos se va haciendo más latente a medida que tienen aspiraciones diferentes y avanza el film, y acaba con la búsqueda de sexo de Adèle fuera de su relación, para sentirse menos vacía. Algo que Emma en su sistema de valores no entiende y no perdona. Adèle desde entonces vuelve a estar otra vez en ese limbo inestable de haber cometido una falta imperdonable e injustificable pero que fue traída por su creciente experiencia con el mundo a través del lado sensorial y sexual, y es por él con el que intenta recuperar a Emma.

Finalmente el film concluye con una progresiva acentuación del color azul en sus planos, un color que nace de la cabeza de Emma y que luego invade todo el cuerpo de Adèle con sus prendas. Un color que si bien no se sabe lo que significa, tiene esa ambivalencia, de haber sido un color que completó de forma caliente su vida con Emma, a volver a pasar a ser otra vez, al final del film, un color que refleja la confusión de sentimientos que tiene Adèle y que podría relacionarse con su incapacidad de diferenciar el placer del amor. Al final lo que nos queda es la ambigüedad de la percepción humana, que en unos momentos ve cálido el color azul, o en unos momentos ve bien la relación lésbica en la pantalla, pero luego vuelve la realidad, y los prejuicios, y el sistema de valores. El ejercicio del director Abdellatif Kechiche por ello me parece bien propuesto y bien cimentado con dos interpretaciones estelares, no al modelo de Hollywood, sino al modelo francés y Pathé, mucho más cercano a hacer preguntas y a desfigurar el pensamiento del espectador que de entretener como podría haber sido el tratamiento de este film a un estilo mucho más violento y pornográfico.

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Paula López Montero

Paula López Montero

Nací en 1993, lo demás es historia

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