Merced de cuentos contados,
historias del pasado,
que rebosan nostalgia idónea,
que mece la vida y las cosas,
que simplifican los seres
y amplifican la memoria.
Gozan de soledad y amor,
de emoción y compasión,
aprovechando minutos perdidos,
acomodando instantes soñados,
queriendo saber lo que no saben.
Los abuelos callan sin permiso,
y alcanzan el llanto seco y amargo
de chocolate y dulces prohibidos,
que amenazan la salud riéndose
de la edad del tiempo,
de las inevitables arrugas del viento,
que encogen con la luz del cielo,
al canoso pelo blanco
como cúmulos limbos que vuelan,
que planean en lo alto del mundo.
Y piensan,
piensan con pomposa exactitud
de recuerdos de familia,
lo que verdaderamente les importa,
no el ahora.
La vida de la sabiduría ya vivida,
los ojos sanos que lo vieron
y el árbol que dejaron a su paso.
A mi Abuela Joaquina: siempre en nuestros recuerdos