La vaga redundancia de enamorarse como medio de confianza.
La extrema seguridad de autodestruirse sabiéndose enamorada.
Como si abrazar el mismo suelo que otro pisa
no fuese un mero sinónimo de deshacer las huellas
del odio
propulsado por lo ajeno.
El amor propio desnudo,
abatido.
Al borde de la sobredosis
de inexistencia.
De la insistencia del calendario,
ausente.
Apretando los dientes con la calma recién lavada
y la risa despeinada.
O incluso sin hacer.
Cuánta fatalidad cabe en un beso
y por cuántos seremos capaces de todo,
menos de averiguarlo.
Con qué pocos de deshacerlo,
aprendido.
Cuéntame cómo va tu día
y me reiré por los cien cuervos volando
que llevo en la garganta.
Y sin embargo;
me voy.