Quererte, era una de las cosas que más me gustaban. Te quería en cada gesto de sonrisa. En cada respiro tuyo, yo te amaba. Te quise en cada palabra, en cada beso, en cada hormigueo, en cada mirada. A pequeños detalles te quería, sin llegar nosotros nunca a ser nada grandes. El amor no es kilométrico, aunque nosotros nos queríamos a distancia. Tan solo teníamos cosas diminutas, nos bastaban para nuestro amor diminuto; para nuestra cabaña alejada y perdida, de 30 metros cuadrados, de techo bajo, nos bastaban los cubiertos diminutos, la chimenea diminuta, la cama… extremadamente diminuta. El tamaño de nuestro pequeño amor, nuestra gota que nunca colmaba el vaso o nuestro punto final que nunca era punto final porque eso aprendimos, que las cosas por más pequeñas que lleguen a ser, nunca, nunca, nunca, van a tener un final si son como nuestra forma de querernos. Sin embargo, nunca fue suficiente. Nunca me atreví a quererte en grande, a llenar un vaso y otro vaso y otro vaso, hasta derramar el amor por el suelo y mojarnos los pies, a construir el amor más grande, el que no conocen los poetas, y que todos se pregunten cómo hemos llegado a esas alturas si nosotros estábamos enterrados hasta el cuello, si no teníamos suficiente amor para uno mismo… ¿cómo?… yo pensé que nuestra pequeña mierda, era suficiente, era suficiente…
Buscar culpables, siempre me ha parecido un gesto cobarde, y yo contigo he pecado de ambas cosas. Cuando tenía más ganas de estar contigo que conmigo, yo tenía miedo y el miedo es silencioso mi querida, como una bala que atraviesa el aire y tan solo lo oyes cuando te impacta, cuando te mata y entonces ya es demasiado tarde…