La chica guapa del baile prefiere bailar sola.

Mírala, ¿la ves? Se ha vestido de niña y lleva las uñas pintadas sin saber hacerlo. Sonríe a desconocidos y evita a los que conoce. Se queda en su cuarto cuando le apetece bailar y visita bares cuando anhela ese viaje que alguien un día le prometió y no llegó a cumplir. No echa de menos porque disecciona nostalgias y llora cuando se sorprende al buscarse perdida y encontrarse feliz. No tiene miedo a nadie que no sea su reflejo y dice odiar esos impulsos tan suyos que ama. Vomita colores y se recompone de gris. Se desespera tanto que acaba esperando lo que sabe que está por llegar, pero no quiere oír hablar del porvenir. Se descojona porque el sol le sigue haciendo guiñar los ojos y abrir las piernas con la de noches que calza encima. Fuma más de lo que come y debería beber menos para lo mucho que recuerda. Llama «casa» a sus zapatos, vuela por las aceras y se corre en cualquier callejón.

El otro día la vi llena de gente, pero andaba sola. Le pregunté su nombre y me deletreó seis letras desordenadas. Quise invitarla a un baile, y cuando parecía que iba a darme la mano; desapareció. Al darse la vuelta, observé que llevaba un Noviembre tatuado en la espalda y en el vuelo de su falda una historia de número impar. Sólo pude pensar que no cree en la mala suerte. Quise preguntarle, pero de repente comprendí.

¿Quién cree en la suerte cuando cree en sí mismo?

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Cristina Pérez

Cristina Pérez

Más que pájaros, tengo un campo de minas en la cabeza.

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