Ya quiero que me entiendan,
sólida, estancada, arruinada, viva.
Quiero que me entiendan,
sin esconder mi inmadurez, sin fingir, ni creer.
Quiero que sientan quién soy,
que lo lean, que lo escuchen, que lo vean,
que al tocarme o rozarme, que al olerme,
me reconozcan.
Quiero exponerme por fin al Mundo,
estallar en mi delirio intrínseco del alma,
con mi llanto y mis carcajadas,
con mi olvido y mis añoranzas,
con futuros inciertos y dudas existenciales,
con amor y desamor,
con mi sensualidad y mi serenidad.
Ya quiero que sepan quién soy:
mis amigos y conocidos como soy con mi familia
y mi familia cómo soy con mis conocidos y amigos.
Quiero ser yo, pintarme en un lienzo,
o en un fresco en la pared de mi fachada,
tallarme en madera y quemarme,
o en mármol y permanecer.
Quiero que me entiendan y dejar de esconder
lo que mi madurez miedosa evita.
Quiero que me entiendan y entender,
que me entiendas y entenderte,
explotar ante las guerras con granadas de verdad,
en cualquier plaza de cualquier ciudad,
comiendo en restaurantes o en pequeños bares de pueblo,
amanecer todos a la vez en la misma playa,
danzando ante la inmensidad,
siendo nada y siéndolo todo,
entendiendo la pureza de la luz de la naturaleza,
que se esconde y aparece, como nosotros.
Y entendernos en lo mundano,
en lo cotidiano, en lo que no importa,
en eso que nos mantiene vivos sin prestar atención,
en esa supervivencia natural.
Entendernos.
Ya quiero que me entiendan.
En lo que hablo, en lo que escribo,
en mi movimiento, en mi olor, en mi tacto,
en lo que comparto y en lo que no.
Pero por encima de todo desearía entender
y que entiendan los silencios,
esos que callan y que al mundo tanto inquietan,
dando fuerzas, y aparentan, engañan y tientan,
seducen, provocan y juegan.
Fotografía: Zeus Almenara (Alcázar de Córdoba)