Conocemos la añoranza,
esa intranquilidad del alma,
que agota, que engaña,
que retuerce la mente
y la hace inasible.
Vulnerable a los gestos
y a cualquier mirada,
que de nada hablan
y montaña se crece
cual planta recién rociada
en la mejor de las primaveras.
Esa añoranza que tienta al juego,
a querer olvidar, a desconfiar.
Esa añoranza que nubla
y transfiere al dolor tan falso,
como un mago,
el mejor de magia cercana
que con sus manos te lleva
a su terreno deseado.
Añoranza
que quema la piel y la funde,
la hace líquida
bañando el cuerpo en plata
que se adapta a esos sentimientos
de olvido y recuerdo,
-encontrados-,
de querer y odiar,
meandro de contradicción,
esa añoranza…
que si controlas eres fuertes y si la sigues…
para siempre te acompaña.
Añoranza:
olvidar lo que no puedes
y querer lo que te mata.
Fotografía: Mundaka, País Vasco – Septiembre 2015 (Por Marina Crovetto)