Y recuerdas que sigue ahí, en el fondo de tu cajón más preciado, aquel diente de león al que le arrancaste la vida para que te concediese a ti unos sorbos de la suya. Fue capaz de hacerte creer de nuevo en tus sueños, algo por lo que siempre habías luchado aunque al final siempre acababas optando por seguir vagabundeando en tu caos, tan desordenado ( y bonito ) como tú.

Quizás necesitabas apoyarte sobre un cimiento fuerte, qué ironía cuando el diente de león es tan frágil como el equilibrio en el que nunca te sostienes. Aquel soplido, ese desbarajuste de su esencia, abarcó demasiada belleza. Llámalo fugaz, o carente de sentido, pero yo hablaría de salvavidas, de una de las pocas formas de transmitir tú energía interna a la naturaleza. Por fin algo hacía bien. Mi primer logro desde hace incontables paseos de las agujas del reloj sobre aquella plaza redonda. Pero claro que sigo dándole vueltas a eso de que detrás de un logro, hay un fracaso; igual que detrás de una obra de arte, hay una musa, o su sonrisa.

Quizás éste sea resignarme ante el deseo que pedí y que probablemente se sumerja en el mar de las cosas que intentan salir a flote pero que acaban hundiéndose. Por un lado salvavidas, por otro naufragio. Será que lo pedí con tanta fuerza que el peso se vuelve obediente cuando la gravedad se lo pide.

Autora del poema: Olaia Aramendía Vidaurreta

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