Canta una voz para mí de ave,
de tierra, de olas de mar.
Se oye lejanamente tras un paisaje
que humedece el oído, deleitándolo de paz.
Son ruidos latentes,
apaciguados por el mañanero rocío,
que hacen de lupa de las hojas verdes,
y gotean uniéndose a la canción de circo.
Funambulistas pasean cayéndose por la acera,
al son de un compás de tambor excluyente,
y por el cielo se ven caminar
a trajeados empresarios por cables sin final.
El mundo cambia,
el mundo se mueve,
la belleza grita
y el amor duerme.
El mundo gira,
el mundo advierte,
la intensidad te atrapa
y el olvido escuece.
Canta una voz para mí,
suena algo diferente,
que aúlla y me estremece,
que me tienta a seguir sus acordes
en un molino de viento sin aspas,
sin brisa y desnudo.
Y la veo, a esa voz,
y tiene manos y pies,
no es un absurdo como todo lo anterior,
aunque parece de papel,
se asemeja a un escenario descrito por Baroja,
tan real que transporta.
Una página llena de letras, ordenadas,
formando un barco de papiro, especial y angosto,
de piel de animal, ardiente;
porque la voz habla, habla y no se calla,
la voz también escucha y escribe,
a pesar de que el mundo cambie,
a pesar de que la distancia frustre,
a pesar de que el mundo tiemble
ni el tiempo jamás se frene.
Fotografía: Londres 2015 (Marina Crovetto)