Hay un ateo en el límite que separa este mundo con el siguiente
suplicando por la señal que le haga creer más allá de su razón.
Hay un ángel observando sus latidos mientras se rinden
susurrándole sin sentido en la esquina de la habitación.
Hay un espacio vacío en la cama más sonoro que el tic tac del reloj,
y una carta disfrazada de arma
temblando de frío en el suelo
inyectada en sangre y adiós,
con el cuchillo
siendo firmante y testigo de la sentencia
en ese último renglón.
Poema de Adriana Onan