Canto a los dientes de león,
después los soplo consciente de que mi voz llegará a ti
y se posará sobre las pestañas de tu ojo derecho.
Parpadeas y me devuelves el saludo
rozo el aire como estrechándote la mano desde la ventanilla del tren.
Pongo mi mano en los cristales de los taxis
donde apoyarás la frente
y notarás mi caricia en tu flequillo rizado.
Me siento en las terrazas de bares que cierran tarde
y me inclino hacia delante
imaginando que miro tu nuevo tatuaje
y que meto por accidente mi bufanda en tu café.
Te sientas después de que me haya ido
y manchas la palma de tu mano con las gotas de mi cerveza
-qué asqueroso es el amor-.
Algún día
sin esperarlo
cuando todas nuestras toallas ya estén tiradas en el suelo
cruzaremos una esquina de Barcelona a la vez
fumaremos en la puerta del mismo museo
o coincidiremos en un curso de fotografía.