Café para los recuerdos del tren.

A veces, me gusta recordarte mirar distraído por la ventanilla. Torciendo la boca pensativo, mientras intentas adivinar las siluetas que pasan borrosas delante de tus ojos.

A veces sonríes, señalando rostros que crees identificar entre las nubes preguntándote cómo sería eso de volar entre ellas. Porque nunca levantaste los pies más allá de lo que te permitieron las piernas.

O quizás dormitando, o intentando no hacerlo, por no perderte el paisaje que a lo lejos se deja ver, pasivo al movimiento del resto. Al tuyo.

Otras veces te imagino acariciando el suelo con tus andares, corriendo detrás de autobuses perdidos o de sonrisas encontradas entre la gente. De tus quejas porque el mundo va demasiado rápido y a veces, te da la sensación de tú ir demasiado despacio. También, sorteando al mundo de gente que se mueve por las calles, intentando no perder ese trozo de seguridad que te acompaña.

Quizás, más de la cuenta, imagine tus ojos iluminados por algún nuevo deseo cumplido o quizás, uno nuevo formulado. La ilusión de encontrar un nuevo escondrijo o el refugio de los más que conocidos. Como esos brazos que tan bien sientan en estos días tan fríos.

Hay veces, en la que es tu voz la que me sorprende removiendo un café lleno de besos perdidos, llamando mi atención para contarme las mil y una historias nuevas que han surcado tu mente, o las nuevas dudas o alegrías que anidan tu vida como los pájaros de paso, quedándose algunos a vivir en ti.

Pero lo que quizás más me gusta es ver la primera mirada que me echaste al fin. Cómo tus ojos cambiaron al verme desnuda de alma, abierta en el pecho. Y cómo temblé cuando lo hiciste, leyendo cada una de las viejas páginas que hay escritas dentro de mi.

Y es que, a veces, muevo los recuerdos que van cogiendo poco a poco polvo y los saco a relucir en el cine de mi pensamiento, y ya no sé distinguir cuando fuiste tú o cuando mi mente la que hizo que fueran así. Pero sonrío, porque sé que al menos lo importante que ocurre en ellos, siempre estuvo ahí. Porque sé, que aunque sea un trocito de ti, es mío como cualquiera de mis cosas, libre, viviendo en mi.

Quizás por eso te imagine, piense o escriba tanto, diría a veces, incluso demasiado. Por recordarte que ese pedazo sigue a salvo y a buen recaudo. Por si se te olvida. Que al fin y al cabo, eres las tres cucharadas de azúcar que nunca faltan en mi café porque la vida ya es suficiente amarga.

 

Autora del relato: Andrea Silva.

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