Bienvenida al mundo

Ahora sí. La herida duele. El presagio tuvo su por qué y aunque no lo tuviese todo ya respira calmado, exhausto, como cuando nieva y oyes el silencio de la calle y su reposo, como cuando empieza amanecer en una noche llena de monstruos. Por ello, bienvenida al pequeño escalón con el que todos los valientes nos tropezamos, la llanura solitaria donde nos encontramos todos los que en la contienda salimos heridos ilesos. Como esos abuelos que cuentan con cicatrices y batallas el derrotero acierto de la vida, como aquellos héroes de a pie, sirenas de madrugada, trapecistas de sueños que en los excesos se cruzan con el vacío del salto inmortal, en estancias cortas, en habitaciones vacías llenas de gente.

Y lo mejor llega ahora. Ahora que miras la vida desde fuera. Alguien dijo alguna vez que la condena del hombre es verlo todo desde dentro. Y con esto te das cuenta de que sólo el equivocarse te hace salirte de ti misma (quizá de lo que no eras), de un camino irremediablemente tendiente a caer. No es el tuyo, el ser humano está destinado a alcanzar el infinito.

Y empezarás a adorar la bofetada de la realidad, ese saberse dormido, ese despertarse tras la tormenta en un lugar mejor. Adorarás el naufragio y la isla desierta. Y por cierto, el acertar a veces también duele. La sabiduría está en saber manejarlo. Y puedes recordar con concilio y desde lo lejano de la cercanía, lejanía de la cercanía o la jodida posición en la que quieras apreciar esa milimétrica distancia del recuerdo, lo maravillosos que es que tu tren siga viajando.

Y el pasado es ese bonito lugar en el que sabes que la prueba tuvo su acierto. La diana hacia la que todos apuntamos es un resultado hecho a base de caídas y errores, que no te vendan cuentos, la vida se esconde siempre fuera de lo que esperas.

Y puede parecer que no tiene sentido levantarse cada mañana en la misma ciudad, misma rutina, mismo desayuno, hacer la cama con la misma desesperada sensación de ¿qué cojones hago?. Yo no tengo la solución. Entre tu y yo, arruinaría a los ansiolíticos, y métodos antiestrés, la gente dejaría de hacer estadísticas, cerrarían un número considerable de farmacias, el puñetero yoga en una habitación cerrada y saldrían a la calle; adiós a los parques de atracciones, la televisión y lo más importante la gente dejaría de hablar y empezaría a escuchar, que hay ciudades que hablan por si solas, que hay playas y montañas eternas esperando cantar su melodía.

Y la culpabilidad… aquella sombra fantasmagórica que nos persigue a todos, el y si que ya tiene cara de joker o poker. Sólo hay una responsabilidad y es la de estar en el mundo, albergar la vida, y algún día poder entregarla. Sólo, y es la base de todo, hay que buscar el camino propio, cada uno busca el suyo, estancarse en caminos ajenos no está hecho para nadie, porque nadie, absolutamente nadie será nunca más que tú. Respira, no se puede viajar con una mochila llena de piedras, lo sabes.

Por cierto, sólo con levantarte ya estás cambiando el mundo, sólo con saber que no quieres seguir el mismo camino ya es algo. Ahora viene el mejor punto: la valentía. Valiente no es el que se tira en paracaídas, no es el que va de desfasado probando drogas hiperpsicodélicas, el que le da igual todo más que sí mismo. No. Valiente es el que apuesta por su vida, que sigue un camino sin freno de mano, que se construye día a día sin mirar el qué dirán, el que busca su esencia por encima de lo que los demás esperan. ¿Por qué no apostar por ti? ¿Tanto miedo da el saber que la vida está en tus manos? Te lo voy a decir sin tapujos… el miedo es la cabronada mejor hecha en ésta sociedad, la mejor estrategia de marketing, el mejor despliegue armamentístico de la era contemporánea. Piénsalo. Cuanto mas miedo mas mansos, más borregos, más dóciles y mas fácil llevarnos por los senderos de la superficialidad. Sé que lo sabes ¿por qué no cambiarlo?

Así que, con todo éste pequeño discurso de bienvenida, de abrazos en la distancia, déjate de zara y pull & bear y pruébate ese vestido de ti misma que te cae con la mejor curvatura, que se amolda a lo que eres y quieres ser, que te hace preciosa, maravillosa, dueña de ti misma y deja espacio para el sueño.

Ha llegado el momento en el que cuesta conocerse a sí misma, en el que una hippie de corazón como yo se plantea cada mañana ¿qué precio tiene la libertad?

No tengo tu respuesta. Sí la mía. Sólo quería darte la bienvenida y hacerte una pregunta ¿qué es lo maravilloso de la vida? Y aunque no sepa contestarte, persíguelo (estoy contigo), porque el camino se responde sólo.

Fotografía: Erik Johansson

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Paula López Montero

Paula López Montero

Nací en 1993, lo demás es historia

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