Un día Natalia Pontaque vio la última obra de Coco Dávez, «Pintando sobre superficies jurásicas» y contó lo siguiente:
«Nacemos, comenzamos a caminar, hablamos, nunca recuerdo qué hacen antes los niños, si producir algún sonido incoherente que sus padres disfrazan de un ‘’ha dicho papá’’ o los primeros pasos. No tengo hijos.
En el colegio te enseñan como avanzar en la vida, sobre todo es importante lo de sumar y restar, para comprar, pero mucho más necesario para aplicar a tu futura vida los pros y los contras. Saber qué significa ‘’hacer balanza.’’
En la universidad aplicas dicha balanza, te planteas si te compensa ir a una clase o saltártela y quedarte durmiendo. Sumas, restas y al final multiplicas el gasto de tus padres, pero tú has avanzado, porque mides 0,50 cm más que hace 7 años.
Tu primer trabajo no remunerado es el siguiente paso en tu andadura vital, eso hace que una de las líneas más marcadas y más importante para la sociedad empiece a funcionar. Hay que trabajar porque hay que comer, porque hay que amar, porque reconforta, porque te sientes bien. Bueno, debo reconocer que yo también me sentía muy bien en el sofá de casa sin hacer nada. Luego empiezas a cobrar y las matemáticas del colegio aclaran las ventajas de las cuentas.
La sociedad impone que para aterrizar todos tus avances, formes una familia, te hipoteques, tengas hijos y trabajes de forma estable durante toda tu vida. Digamos que si ahora mismo me sitúo de pie en el centro de una sala blanca y echo la vista atrás, además de una pared vacía, veré todo lo que he progresado en este tiempo, pero si vuelvo la vista y miro hacia mi mano, soy consciente de la cantidad de líneas que aún no he comenzado.» – Natalia Pontaque –
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