El mendigo

Vagabundo desorientado.
Caminas tambaleándote en dirección a la puerta del próximo supermercado.
Traicionas la entrada de éste en el que estás; aunque te cuide, aunque te dé la mermelada sin caducar, aunque te seque la ropa mojada, aunque te regale calzoncillos y cigarrillos.
Quieres más. Siempre quieres más.
Teniendo la boca llena buscas otro plato
y no te importa si está frío
o si se maquilla demasiado para tu gusto.
Restaurante de una sola noche,
plato que abandonas con restos antes de que llegue la hora del desayuno.
Y vuelves,
siempre vuelves.
A mí.
Intentando disimular las migas de la barba.
Pero sé que no soy la única que te alimenta;
tu menú no es de plato único,
otras camareras te rellenan el bebedero
como si fueras un pajarillo huérfano.
Mendigo caradura
con los bolsillos perfectamente cosidos
donde guardas huesos de pollo con números de teléfono.
Estoy deseando que llegue el día en que te atragantes por querer abarcar tanto,
el día que muerdas el pan duro que te destroce los dientes,
el día que seas alérgico
a tu propio latido.
Y que te envenenes con tu conciencia.

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Nerea Delgado

Nerea Delgado

Vuelvo a casa caminando de puntillas, no vaya a ser que se despierten los poetas.

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