Recuérdame, chica del vestido blanco, porqué pestañeé contigo.
Hoyjure he vuelto a pensar en ti, y me ha costado respirar,
como si ahora me atragantase por la magia recibida, o por la ausencia de ella.
Sólo siendo ese idiota que prefiere presumir de haberte perdido que coger un peta,
sentarte en un banco cualquiera, y explicarte porqué
me pesan tanto estas manos, porqué
tengo miedo, porque tengo miedo,
no es la primera vez que me oyes decirlo y es la verdad,,
estoy acojonado de hacerte preguntas, y no aparecer, ya, en tus respuestas.
Sigo dándole vueltas a todo, chica del vestido blanco,
cuando me decías que siempre estarías para mí, te juro que me imaginé
otra cosa. No perdiste las alas ni en mitad de la huida, nunca
dejaste de ser exacta, ni siquiera al enamorarte de nuevo,
ni siquiera al aceptar mi propuesta de distanciarnos,
absurda, por cierto, ahora que la veo,
no sé en qué momento pudo parecerme buena idea no volver saber de ti.
A pesar de nunca estar a tiempo, a la hora de la verdad,
nunca me pierdo el inmortal estado ‘en línea’ en todas las redes
en las que no terminamos de borrarnos, por pánico,
orgullo, o, quiero pensar, por si algún día recordamos qué
nos dejamos sin decir, de qué nos arrepentimos, o qué no volveríamos a hacer
y, por fin, nos damos cuenta de lo estúpidos que fuimos
colgando el hábito, y la espada,
en la pared de una habitación que ya
nunca iba a ser la nuestra.
Nosotros, que tuvimos tantas.
Me siento como otro muchacho de más echando de menos cuando no debe,
otro pequeño llorando solo en una esquina con las rodillas destrozadas
tras su primer viaje en bici sin las ruedas de atrás,
como aprender a saltar al vacío sin paracaídas,
o como acabar en mitad de un naufragio sin saber, apenas, nadar.
Jamás pensé que fueses a doler tanto.
Dime, si la esperanza es lo último que se pierde ¿Qué
cojones
perdimos, nosotros,
primero, chica del vestido blanco?
Dime ¿Qué opciones tuvimos si desde el principio fuimos dos ceros soñando con sumar?
¿A qué turbio titubeo debo agarrarme ahora que no me bebo tus cantos de sirena?
¿Qué clavo ardiendo no va a apagarse cuando no estés?
Dime, cómo voy a lucir este traje de luto bajo trinchera
si eras tú la única guerra que merecía la pena.
Dime, chica del vestido blanco, cómo hago ahora
para quedarme con la poesía, si te llevaste todos los poemas.
Lo hemos hecho tan mal que cientos de efectos mariposa
deben estar maquinando colocarnos en un bar para decirnos, con la boca llena de rabia,
todo lo que nos ha quedado pendiente.
Para decirte, chica del vestido blanco:
¿Por cuántas cervezas me canjeas un parasiempre esta noche?
¿Cuántos equilibrios tengo que hacer, sobre estos dedos, para que me creas?
Dímelo, no los tengo para otra cosa.
Quédate, y hagamos de estas horas, un racimo de sueños,
déjame verte sonreírme con los ojos una vez más,
ignora a tus amigos, sabes de sobra que, el mar, no cabe en ninguna caracola,
abramos de par en par las ventanas, no te concibo sin un poco de espectáculo
y tápame la luna con tu silueta, no dejes que me pierda ni un solo detalle.
Deja que me asegure de que aún puedo hacer feliz a la única persona que siempre lo ha merecido.
No lo entiendes, chica del vestido blanco,
yo sólo venía a decirte que en este metro cuadrado de sudor aún cabemos los dos,
que bajo este sombrero no siempre llueve
y que, si dejé un rastro de arena,
unas huellas grabadas en la tierra,
no pretendía hacerte más daño
era por si, algún día, reconsiderabas
volver sobre tus pasos.