Pienso en las cuatro vueltas que doy sobre mi misma antes de tomar la decisión. Pienso, salgo al balcón y grito. Pienso, qué sentido gritar si hace frío. No grito, no pienso. Pero sigo dando vueltas sobre mí misma, como cuando tenía 5 años y los mayores me decían que acabaría mareándome. Igual es eso lo que pretendo. Perder el conocimiento levemente, contemplar lo borroso del mundo mientras la cabeza se agujerea por la falta de oxígeno. Si no hay silencio, al menos crearé un conflicto. Comprendo, sigo pensando. No puedo parar de hacerlo, como una droga absurda. Pues sigo rodando sobre el eje que es mi cuerpo desnudo a la incerteza, al porvenir del para qué. Qué ridiculez de imagen. No. Abofetearé a quien pretenda hacerme parar. Insultaré y hasta escupiré sobre la tierra seca si acaso fuera necesario. Comienzan a temblarme las piernas. No controlo la suciedad del fracaso y quizá el día menos pensado el horizonte se derrumbe y yo sea frágil y delgada (otra vez) y no sepa hacia dónde mirar. Faltaría más, sigo pensando, y sigo girando, y pienso estoy girando para no pensar, y giro más fuerte para imponerme un castigo y bloquear a mi mente. Insuficiente. Pienso y giro, y giro y pienso, y pienso y giro. Y nada tiene sentido entonces. Contaré hasta 3 y pararé. Pararé de pensar, pararé de girar. Pararé de ser. Uno. Los días de lluvia, la sopa fría, el grito de mi hermano, la casa ardiendo aquel verano. Dos, la fruta podrida, el dolor en los huesos, la mosca sin alas, el cadáver de la amapola. Tres, el olor a madera mojada, los pies aplastados, el camino deshecho, la cruz en la frente. Paro, paro y paro.
Cultivarte
Capacitados para el arte (4): El autismo, la discapacidad invisible.
Actualmente, 1 de cada 150 niños padecen autismo, y se prevé que para dentro de 5 años la proporción sea