Quiéreme,
porque te lameré las lágrimas cuando llores,
te besaré los pies cuando te rindas,
y me comeré tus miedos cuando tiembles.
Te decía.
Quiéreme,
sin las apoplejías de las dudas,
y las inseguridades crónicas
que obstruyen todo aquello que camina en nombre del amor.
Te decía.
Quiéreme,
con toda esta índole autodestructiva
que guarda en una bala todo mi pasado,
y no me des tiempo para dispararme y
ponerlo todo perdido de recuerdos.
Te decía.
Quiéreme a mí,
como nunca has matado a nadie.
Te decía.
Quiéreme,
y no temas las tormentas ni los huracanes que pueda provocarte,
pues mis labios y tus labios
serán capaces de calmar la lluvia
con un simple y tímido beso.
Te decía.
Quiéreme así,
borracho de pretensiones,
desnudo, por escribirte,
mendigo, por pedirte amor.
Te decía.
Quiéreme,
con toda esta tristeza,
con todos los motivos de mi rostro abatido,
con mi noche interior,
pues solo así lograré jactarme de todo mi tiempo pasado,
presumiendo de que te tengo a ti, en mi presente.
Te decía
Quiéreme,
y luciré mi ego por tenernos,
pues no hay mejor orgullo que ser contigo.
Te decía.
Quiéreme,
plántate en mi,
como una tribu sedentaria,
tú que siempre fuiste nómada,
quiéreme,
y te entregaré toda la tierra con mis manos.
Te decía.
Quiéreme,
que de mi nacerá el pedúnculo del amor,
la flor que todos llaman vida,
y que yo te entregaré a ti
a cambio de cualquier nada que me ofrezcas
que para mi,
será más que suficiente.
Te decía.
Quiéreme
a distancia,
quiéreme
porque el amor es lo único que nos va a acercar. Kilométrica.
Te decía.
Quiéreme
a pesar de tener los motivos cargados de lágrimas a palo seco
y los ojalás llenos de impotencia a pelo.
Te decía.
Sorda.
Silenciosa.