Que sí,
que somos los que cerramos los bares.
Pero por dentro.
Y el camarero deja de ser camarero
para ser el colega
con quien intercambiabas apuntes
en tercero de carrera.
También somos los que levantamos faldas
sin aviso
buscando buenas vistas;
en eso no nos diferenciamos tanto del viento.
Bebemos sin tener sed.
Nos comemos sin tener hambre.
Y nos echamos de menos
sin habernos tenido nunca.
Llamamos ‘fiesta’ a emborracharnos,
pero no a enamorarnos.
Ni a desenamorarnos.
Somos los que arrasan corazones,
como un tornado
un huracán
un terremoto de magnitud 80
en no sé qué escala.
O escalera,
por donde bajamos de dos en dos
si quien llama a la puerta
es el cartero
con un paquete
de un remitente al que besaste en mayo.