Todavía no tengo demasiado claro el porqué.
El porqué de mi huída.
No sé si fue tu cepillo de dientes al lado del mío, o ese brillo en tus ojos, cada vez que nos despedíamos.
Lo suyo hubiese sido amarte,
contar las horas para besarte,
contar los eclipses totales antes de marcharme.
Pero la vida es puta,
y yo,
parece que no aprendo, y no me canso de dejarle un billete en el escote a cada varapalo.
Lo siento mi niña,
tenías razón,
a mis treinta y tantas arrugas,
todavía no encontré el instrumento,
que afine razón con corazón.
