Si los lugares hablaran quizá ellos también te echarían de menos.
Pero no lo hacen. Entonces sólo queda el silencio.
Y esos escalones pintarrajeados de ilusiones marchitas, buscando algo a lo que aferrarse.
Pregunto por qué coño,
sólo quedan los momentos buenos.
Algo así como si el propio subconsciente
tachara de su lista cada error
o cada momento inoportuno.
Como si el corazón se hiciese coraza,
y echase a patadas a los puñales.
Ni rastro queda de los lagrimales.
Ya no hay escombros,
porque nunca hubo montaña.
Sólo un grano de arena
y mucha,
pero que mucha paciencia.
No soy un gran orador,
ni amanezco muy bien los adverbios,
pero estoy seguro de que te quería pronto y
seguías llegando tarde.
Cañonazos, en lugar de abrazos.
Paréntesis, en lugar de palabras.
Y ya no nos pongamos a hablar de
los putos
puntos suspensivos.
Puede que olvidara leer tu letra pequeña,
que marcaba desde el primer instante
que tú,
no ibas a venir a salvarme.
Y yo que jamás pedí ser salvado,
bastaba con un rato largo,
a tu lado,
para que cualquier cañonazo,
paréntesis
o puñalada
se convirtiese en la más bella
de las sinfonías.
Ay, si los lugares contaran.
Para bien.
No estaría en plena marea
buscando cualquier barco.
Tampoco pidiendo explicaciones
a lo poco, -rasgado y descompuesto-
que queda de eso que bombea
balas,
en vez de sangre,
a mi lado izquierdo.
No suelo creer en las casualidades
y el destino ha vuelto a hacer de las suyas
para no llegar a ninguna parte.
Basta ya con la angustia de echar de menos
a personas, y no a los hechos.
A frases, y no a salvavidas.
Ojalá los lugares sí hubieran hablado.
Y hubieran tenido los cojones de echarte
para no volver a repetir la historia
del gato encerrado,
por enésima vez.
Quiero ser libre,
como esas gaviotas que vuelan sin rumbo fijo,
despertarme y comprobar que el calor venció al invierno.
Que no hay ni un solo signo,
de interrogación,
o de que hayas vuelto.
Y si para partir primero hay que terminar
de sanar las heridas,
apúntame otra más,
o apunta hacia esa carta de la mesilla,
que habla de lugares.
Porque fueron los únicos testigos mudos
que vieron sangrar
a quien está hecho de tinta.
Contra viento y marea,
voy a trepar las cordilleras del olvido,
y me arrojaré al vacío
que conlleva engancharse al vicio
de saltarse la primavera,
por vivir un verano permanente.
Espero que seas consciente
de las decisiones que tomas.
Que por favor,
nunca me sustituyas,
y que cuando no encuentres el camino de vuelta,
seas tú,
quien hable a los lugares,
pero de mí.
Autor de poema: Fabio Romojaro