Sobrevivo al hormigueo originado por el roce de tu piel
al compás de cada uno de los latidos
que marcan los segundos de vida que le quedan a la noche
mientras caigo en la cuenta—al ahogarme en tus ojos—
de que has matado a más fieras que alimentado recuerdos.
No dudo en abandonarme
de toda esperanza,
pero soy de los que lucha por una última palabra
que nunca tiene valor.
Agarro fuerte el poema, lo exprimo
le hablo de ti y él me susurra al oído
que se la sudan mis mierdas,
me pide silencio, se rompe
y se apaga
y cierra la puerta llevándose tu nombre escrito
en el bolsillo donde acabará olvidándote.
Pierdo el equilibrio.
Pierdo el equilibro sobre las palabras
que llevo guardando durante todo el día
para darte otra oportunidad
—y antes de sentirte cerca—
ya te he perdido.
Has vuelto a descuidar las ganas
de volar, que te hacían
tan
única.
Tal vez me necesites mañana
cuando—harto de todo—haya deshojado los versos
que te buscaban
y entonces queden, solamente
primaveras sin sentido, o sin ti.
Bombeo el último suspiro de la noche
donde, en algún sitio,
tú
sigues
con las tuyas
matando a las fieras que
un día
lo dieron todo
por ti.