Te quiero tanto que mis manos se convierten en confeti
y se llenan de guirnaldas las farolas de mi calle
si te ven pasar de cerca con un ramillete de brazos abiertos
deseosos de amoldarse a mi cintura.
Por la alegría de tu boca,
que viene ofreciéndome caramelos de colores,
apagaría hasta el último brote de oscuridad que adolece aquí dentro.
Pero tú,
que me quieres tanto como el sueño de tus ojos te acuna por las mañanas,
lames los resquicios de los días amargos que manchan mis noches
y los saboreas haciéndolos dulces en el paladar donde
ojalá
me masticases.
Y es por eso que sin ser mío
ni tener intención de nombrarte posesión
ni pronombre posesivo,
nos desdibujo nuestros para hacernos juntos
y a la vez,
a pesar del ruido monótono de la próxima despedida,
que ya aflora en el portal en el que te espero.