La subjetividad de un recuerdo

Una vez viví en tu cuento, lo recuerdo.

Recuerdo que pasamos la noche juntos en el aeropuerto de Sevilla, que nos aprendimos los turnos de los guardias de memoria para poder apagarnos este fuego de los dedos en los baños y que jugamos al ajedrez con las horas más turbias de la madrugada.

Recuerdo que recorrimos de la mano desde Bérgamo a Venecia, que te compre un anillo de cristal en el puente de Rialto, que fuiste creyente durante, al menos, quince minutos, en uno de los confesionarios de la basílica de San Marco y que, por mucho que digan, Venecia no olía tan mal aquellos días.

Recuerdo que detestabas mi música, que bebías tinto de verano y yo cerveza, que soñabas con un trabajo fijo y yo con unos amigos a los que echar de menos cuando me fuese de viaje, que ni siquiera salíamos juntos porque yo era de bares y tú de siempre seguir bailando y que jamás quisiste hacerme un striptease con cherry pie sonando de fondo, aun sabiendo cuanto me gustaba la idea.

Recuerdo que vivimos unas cuantas mentiras, que nos creímos algunas, sí, y otras no tanto. Que jamás me perdonaste que me quedase dormido el día que estrenaste aquel corsé, que no soportabas que escribiera, porque no te escribía a ti, y recuerdo, sobre todo recuerdo, que jamás supiste ver que aquí dentro sólo había un niño deseando ensuciarse las rodillas de barro contigo.

Recuerdo que éramos un experimento deseando fallar, que no me soportabas, que fuimos amigos que querían ser algo más que amigos, que nos quisimos como sólo dos personas que no se quieren pueden hacerlo y que la mayor hazaña de nuestro inmenso amor fue un triste, cutre y cansado candado en un puente de piedra veronés.

y me pregunto, recordando todo esto, por qué recuerdo que viví en tu cuento

y por qué

sólo

me sale

decir:

‘estuvo bien’.

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Pablo Benavente

Pablo Benavente

1989. Gaditano por nacimiento, apátrida por convicción. Préndele fuego a todos los clavos que quieras, que yo me voy a agarrar a los mismos.

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