Mírame, soy mi peor pesadilla y aún así tú sigues soñando conmigo.
¿Has visto? Voy con las manos manchadas de sangre desde el primer momento que nos las cogimos, la boca seca de ganas y el corazón taconeando en la punta de la lengua.
También tengo los días del año que haces Navidad entre mis piernas,
verano en mi cuello,
y feliz a mí.
Aquí está todo, guardado en mi caja torácica y sin llaves;
ya lo sabes, puedes irte cuando hieras
-únicamente-
si después vas a volver.
Hablando de vueltas, una vez nos la dimos para desentendernos del mundo.
Nos equivocamos, ¿te acuerdas?
Yo lo hice de piel hacia dentro y tú de huesos hacia fuera.
Me miraste de espaldas y te quedaste parado, confuso.
Se acercaba un segundo asalto, el golpe final que nunca finaliza.
Y tú lo estabas esperando.
Sabías de memoria lo que iba a hacer
y aún así estabas expectante por verme una vez más apretar el gatillo.
Siempre me ha gustado hacerte sangrar para seguir siendo yo la que cierre la herida.
Aunque sea abriendo otra.
No disparé.
Pero ese día tú sangraste más que nunca.