La triste historia de la Historia

Virginia Woolf y yo se podría decir que éramos compañeras de viaje. Parece algo inoportuno ponerme en la línea del tiempo junto a ella, o quizá sin él, como si quisiese acercarme a ese reflejo de eternidad que dejó y ayudarme de esa sombra para superponer un nombre que ni yo misma conozco. Nada que ver. Sólo quiero acercarme un poco a aquel vacío que dejó tras su marcha, aquella mujer, que sin saberlo (como otras muchas) rebatieron con coraje la palabra estancada, aferrada a un discurso varonil, obsoleto, clasista y al borde de la barbarie.

2014. Hace un año, andaba por las calles londinenses, por el viejo barrio de Bloomsbury, recolectando huellas de renombres en las viejas esquinas. Joyce, Dickens, Shakespeare, Wilde, intentando alcanzar a cien mil pasos un elitismo que no era para mi. Cada mañana veía en la puerta del King’s College su retrato, al igual que el de otros muchos (todos hombres), y yo decía joder, que suerte tengo de estudiar donde estudió ella. Más tarde empecé a llamarlo jodida suerte, pero poco después se convirtió en pesadilla.

Yo ya había leído por entonces Las Olas. Al principio del camino lo que más echaba de menos era mi estantería llena de libros, y hubo un momento en que tuve miedo de volver a cogerlos. Sabía de fondo, que no me ayudaría. Acabé por dejar toda la literatura, dejé de escribir, empecé a tener miedo. Un año después, la comprendo más que nunca. Perdida en un mapa con mil referencias. Perdida en hipertextos, rizomas, en mil elecciones, en calles llenas de señales, llenas de publicidad (se esto, se lo otro, prohibido tal, cuidado con cual, Live fast, Die Young…), en un juego de espejos interminable donde no sabes dónde se ubica la primera cara. No sé si os habéis dado cuenta, y aunque suene paradójico las ciudades están echas para perderse. Yo tuve que deshacer todos los pasos. Y volver.

Lo peor siempre es volver. Ella no lo hizo.

Cuando lo pienso me viene la imagen de las piedras de su bolsillo. Aquellas piedras que pesaban más que nunca, echas de fantasmas, guerras inminentes, racismo, intransigencia, lucha de sexos, incomprensión, violencia, opresión. La Historia pesaba más que nunca sobre su espalda. Pronto empezó a hacerlo sobre la mía.

Escribí un diario que ahora no quiero ni mirar. Pero volví. Entendí que el férreo elitismo cultural, al que se agarraban los grandes nombres no era más que un discurso lleno de tiranía. La cultura era aquello de la clase alta, con dinero siempre de por medio, mucho dinero, estaba hecha por y para hombres blancos, a ser posible burgueses. Y ahora no me extraña que la Historia acabase donde acabó.

Después de eso comprendes que de verdad tienes mucha suerte. Hemos sobrevivido a la línea del tiempo, deshaciendo nuestros pasos, reivindicando, volviéndonos más humildes y menos intelectuales, más humanos y menos deshumanizados, más animales y menos racionales. Tenemos mucha más libertad que nuestros antepasados. Virginia vivió muchas vidas, pero siempre escondida en un libro. Nosotros, somos libres para poder hacerlo en la vida real.

Por cierto, todo el mundo se da con el miedo para entenderlo, es de seres humanos tenerlo. Aunque lo jodido es tener miedo por miedo, lo bueno no tenerlo del miedo mismo.

Fotografía de Virginia Woolf
Fotografía de Virginia Woolf

El Sábado 28 de Marzo hace 74 años que el cuerpo de Virginia Woolf se sumergía bajo los cauces del Ousa para no volver nunca más, desapareciendo así, dejando el mundo como quien cierra los ojos y no vuelve a despertar, arrastrada por una corriente de nihilismo, abrigándose de todos los recuerdos, quizá acogiendo de todo lo que no la dejaron ser, con una nota de lo más humilde, con diarios testigos de su felicidad, refugio de su soledad en el mundo, de sus depresiones, de su vacío.

Hoy es martes 25, tres días antes, media vida después, al menos 2 generaciones más tarde, una persona cualquiera que escribe sobre ella, y que le da las gracias por haber luchado, contribuido a que el mundo volviese sobre sus pasos. Todos en el fondo siempre volvemos. La vida es una marea constante, aquellas olas que caen y se levantan incesantemente. Ella, en su misma metáfora se ahogó. Dejando su cuerpo caer en la corriente, en el estanque, pausada la vida en la muerte para siempre.

Nosotros, que nos hemos dado cuenta de que la elite no va a ningún lado, que no hay ni mejor ni peor, ni bueno ni malo, sino posiciones diferentes, que no es más arte un Warhol que un grafitti de Boamistura, que no suena mejor Wagner que Quique González, que se lee igual a Tolstoi que a Elvira Sastre. Nosotros que apreciamos el instante, que vivimos, y lo hacemos con libertad, nosotros que decidimos y tenemos voz y voto. Nosotros, por favor, nosotros deberíamos seguir luchando no por una utopía, sino por un sueño: el propio.

Retrato de Virginia Woolf
Retrato de Virginia Woolf

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Paula López Montero

Paula López Montero

Nací en 1993, lo demás es historia

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