Transgresión o Galletas

La cocina era cuadrada, la mesa era cuadrada, los estantes eran cuadrados, la lámpara que derramaba luz amarilla también era cuadrada.
Yo era redonda. Pequeña y redonda; tierna, como son los niños, y azul dentro del uniforme azul del colegio.
Todas las mañanas, a las ocho en punto, me sentaba en la esquina de mi mundo cuadrado con mi vaso de leche y mis galletas. Cuatro galletas haciendo una torre fuera del paquete, en mi lado de la mesa, adjudicadas para mí. Quince minutos para desayunar.

El ronroneo de la radio desde el pasillo, el ruido del agua de la ducha, los tacones de mi madre tajantes sobre el parqué con un ritmo conocido de idas y venidas; haciendo camas, cerrando puertas, abriendo armarios y echándose al final tres gotas de perfume en el espejo del baño.

Yo, mientras tanto, 3.75 minutos por galleta.

Arrastrada desde la cama, refrotada en el baño, embutida en la bata azul y sentada en la misma silla todas las mañanas. Una, dos, tres, cuatro galletas. La cola marrón del gato balanceándose. Tic, tac.

Un día me terminé mi cuarta galleta y pensé ¿por qué cuatro?
El paquete ahí a mi izquierda, en el centro de la mesa, delante de la ventana y en línea recta con el gato. Alargue la mano sin moverme de mi silla y estiré mucho los dedos, cogí el envase de cartón, abrí la tapa, saqué el plástico y crujió un poco. Los ojos muy abiertos. Cogí una galleta redonda. Sudando las palmas de las manos. Expectante. Me la comí. No ocurrió nada.

 

Fotografía de cabecera: @KIKE_CHERTA en instagram

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Rocío Vaquero

Rocío Vaquero

Cuentista. Me gusta untar las historias sobre el papel como si fueran mantequilla. Escribo porque no puedo evitarlo. Explica la luz, si puedes.

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