Nos unía el sexo, las lecturas comunes
y el deseo de ser algo más que lo que los demás
habían decidido que fuéramos.
Me juré que era cuestión de tiempo,
cuestión de esperar,
de dejar de contar los minutos,
de dejar de pensar constantemente en imposibles,
de soportar las tardes como ésta
y esperar que terminen noches que reúnen ganas
de llorar y de llamarte a la vez.
Me lo juré a diario,
pero con la puta esperanza de que pase algo,
cualquier cosa que me salve
del pesado compromiso de aceptar
levantarme todos los días sin un futuro
que te incluya entre sábana y colchón,
entre la pared y yo.
Quise romper todo lo que tenía cerca
pero no tenía cerca nada que valiese la pena romper.
Por eso me rompí a mí.
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