El día 7 de Enero conocimos las candidaturas a la fecha por excelencia del reconocimiento del cine español: Los premios Goya.

Con la recaudación en taquilla más abundante de la historia de nuestro cine, gracias en parte a títulos como Ocho Apellidos Vascos, El niño, o La Isla Mínima, la emoción de “a ver quien gana ésta edición” me parece que va a estar sustentada en aquella carrera que ya vimos en ediciones pasadas entre las que se debatían películas tan grandes para el panorama cinematográfico español como Blancanieves y los Blockbuster a la americana como Lo imposible (y los académicos ya dejaron claro que primaba sobre nuestra esencia fílmica). Pero claro, también puede ser que nos den alguna que otra sorpresa.

Me parecen buenos ejercicios La isla mínima (aunque para mi gusto la han rellenado de candidaturas), Relatos Salvajes y por supuesto 10.000 km (que al revés carece de ellas). Increíble Ocho Apellidos vascos, pero muy lejana para mi gusto de las estatuillas, eso sí, nos hicieron reír pero bien.

Para mi no hay duda, hay una película que destaca sobre las demás, y que tiene ese enriquecimiento artístico-cultural del que necesita el cine español, y es la reflexión. Magical Girl de Carlos Vermut.

Construida a la medida de thriller negro y cercana a películas como Short cuts,  Magnolia o Amores perros se nos relata una cadena de casualidades que al final lleva siempre al mismo punto, una injusta parábola sobre el poder, la política, y la sociedad que favorece al más rico y deja morir al más pobre. Sin duda un ensayo nunca hecho hasta hora en nuestro país y que coincide en su forma con la argentina Relatos Salvajes.

No voy a hacer aquí un desglose como suelo hacer de las películas para llegar a captar la esencia de las cosas, porque quiero recomendar hoy ver la película antes de la Gala de los Goya, que cojáis las palomitas y apostéis conmigo al buen cine.

Pero daré algunas premisas que hacen de Magical Girl una película muy interesante:

Lo primero la forma, esa cadena de casualidades, ese efecto mariposa, ese no saber que va a pasar hasta el final, embaucan al espectador en un viaje que te deja cuanto menos magullado por las heridas del paso del relato y por qué no de la Historia (que tiene doble filo, cuidado, y en éste film actúa como navaja). El peso del pasado en esa Historia con mayúsculas que mencionaba estará latente constantemente, no tiene cara pero si cicatriz, y desde luego es esa presencia inhóspita que nos hace estar constantemente dudando sobre el relato y sobre nosotros mismos. También encontramos una sorprendente entrada de elementos de otras culturas en la nuestra, tan nacional: La japonesa.

Lo segundo es el qué. Y aquí solo voy a poner sobre la mesa la sinopsis principal: “Luis (Luis Bermejo), un profesor de literatura en paro, trata de hacer realidad el último deseo de su hija Alicia (Lucía Pollán), una niña de 12 años, que padece un cáncer terminal: tener el vestido oficial de la serie japonesa de dibujos animados «Mágical Girl Yukiko». El elevado precio del vestido llevará a Luis a poner en marcha una insólita y oscura cadena de chantajes. En estas circunstancias, conoce a Bárbara (Bárbara Lennie), una atractiva joven que sufre trastornos mentales, y a Damián (José Sacristán), un profesor retirado con un tormentoso pasado. Los tres quedarán atrapados en una oscura red, en la que instinto y razón entran en conflicto.”

Lo tercero es el cómo, y sin duda alguna veréis a una Bárbara Lennie en el mejor papel de su carrera, que esperemos también sea recompensado en la gala. Lucía Pollán hace un trabajo estupendo, José Sacristán es rotundo, y Luis Bermejo parece indiferente, pero es su papel de solitario, lo clava a la perfección.

Lo cuarto y más sorprendente serán algunos de los diálogos que te quedarás diciendo ¡joder cuánta razón! Y algunas escenas, que se componen entre una realidad desoladora y cotidiana que es la que vivimos desde la Crisis económica, muy castiza, con una BSO que dice mucho, y con unos silencios que más.

Aquí el tratamiento de la violencia, la mujer y el pasado son grandes ejercicios de reflexión, y es lo que le da ese tinte que tanto gusta a los críticos de cine: tiene materia prima, y va mucho más allá de la pantalla.