Y llegas tú —no la primavera—
con las ganas de chapotear los charcos,
de reír bajo las nubes,
de hacer la vida un domingo,
dándome las ganas de quedarme
donde tú plantes las flores.
Y pisoteas las ruinas
de la ciudad entristecida
porque la última vez que te vio
llorabas mientras matabas sus girasoles.
Ahora te tengo,
pero me gustaría tenerte todavía en mis brazos.
Aparecer en silencio
es como irse sin haberse despedido.
No eres así.
Ahora que has venido, te toca quedarte,
la ciudad es tuya, siempre lo ha sido.
Traes el color de tus ojos,
la suavidad de tu piel,
y las únicas pisadas tan firmes
que solo tú,
y solo tú,
puedes hacer cambiar
la primavera que nos dejaste.