De noche

¿Te he contado alguna vez que cuando estás dormido separo todas las partes de tu cuerpo y las ordeno?
Las pongo en fila delante de mí, dispuestas sobre la cama como un gusano largo.

Anatómicamente: cabeza, cuello, tronco. Alfabéticamente: abdomen, barbilla, brazo. De dentro a fuera: píloro, hígado, músculo.

Si me siento caprichosa elijo una parte y construyo alrededor de ella. Descabezado, sin cejas, con forma de triángulo escaleno.

Pruebo todas las combinaciones. Creo extraños animales. Te convierto en cuadros famosos: el Guernica, el Grito, la rendición de Breda.

El sexo hace tiempo que dejó de ser creativo. Hace mucho que no cambiamos el papel de la pared. La página del libro marcada con la papeleta del euromillón. Los rituales se hacen ruedas de hámster. Mi madre dice que la vida tiene etapas. Las parejas se consuelan saliendo a cenar los sábados. Pero yo ahora he encontrado algo maravilloso que hacer contigo cada noche.

Espero impaciente que anochezca. Desde la cama te vigilo por el espejo del baño y observo como el cepillo de dientes entra y sale de tu boca, cómo te enjuagas tres veces y aguantas el último sorbito de líquido rosa exactamente un minuto. Te limpias con una toalla y la doblas y al venir hacia la cama dejas las zapatillas de HotelMeliá justo debajo del radiador. Siempre te giras hacia la ventana. A oscuras escucho tu respiración subiendo y bajando como un muelle y sé el momento justo en el que te has quedado dormido.

Ultimamente me estimula muchísimo mantener en las manos tus órganos vitales. Los contemplo durante un minuto, diez, veinte, una hora entera y las tengo ahí: solas, aisladas, vulnerables. Las miro.
Mientras el reloj empuja el tiempo y algún gato maúlla y la luz de las farolas mete los dedos por la ventana yo deformo tus órganos hasta darles la forma de algo parecido a un puercospín.

A veces aplasto un poquito el corazón y noto que se revuelve como un pájaro que intenta aletear. Alargo los brazos de las neuronas y los toco como si fuesen un arpa. Pongo los pies descalzos sobre tus pulmones y ellos luchan por expandirse. Primero sólo los rozo y luego poso entera la planta del pie derecho. Completo contacto entre mi pie y tus pulmones. El buche de un batracio hinchándose y desinchándose. Anoche me apoyé un poco como cuando se tienta una superficie helada. Tosiste.

Me gusta el gesto de la boca cuando tapo la nariz, como los aspavientos de un pez fuera del agua.

A veces el perro se sienta a los pies de la cama y mira fijamente, sobre todo el hígado. Al perro le fascina como moldeo tu hígado gelatinoso y luego recupera su forma como una esponja. Una vez me robó un hueso. Al montar tu pierna izquierda me faltaba el peroné. Lo busqué debajo de la cama y en el montón de las sábanas del suelo y lo encontré en su cestito, junto al sofá. Ay, Toby, bandido.

Admito que estoy apurando demasiado mis juegos. Alguna vez me ha llegado el alba y con las prisas me he dejado fuera alguna pieza. Tú te quejas de dolor de estómago en el desayuno y es que tengo en una cajita guardada tu vesícula biliar. Verde y pequeña se había quedado abandonada entre las sábanas como un pendiente.

Trabajamos todo el día. Por la noche, hacemos sopa y vemos la televisión. Nos dormimos . No pasa nada. Sólo es un juego.

 

Fotografía de cabecera: @KIKE_CHERTA (Instagram)

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Rocío Vaquero

Rocío Vaquero

Cuentista. Me gusta untar las historias sobre el papel como si fueran mantequilla. Escribo porque no puedo evitarlo. Explica la luz, si puedes.

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