Elvira Sastre: El escenario poético

ElviraSastre_imgComo lectora, soy selectiva y crítica. Respeto suficientemente a las palabras como para sentirme en pleno derecho de exigirles un baile brillante en el papel, reivindicarles un viaje que me haga olvidar el tiempo, esperar de ellas algo más allá. La literatura es el barco que me lleva al sitio en el que quiero estar.

El escenario literario presente podría compararse con el teatro: hay funciones distintas y el público es libre de escoger cuál quiere ver. Eso conlleva dos situaciones íntimamente relacionadas, si acaso una no es el reverso de la otra: primero, el lector tiene un amplio abanico de opciones entre las que elegir, lo que es algo sano y bueno; segundo, el lector está expuesto a una cantidad inmensa de alternativas que, a menudo, carecen de la calidad suficiente como para ser exhibidas, lo que es algo insalubre y molesto.

Actualmente, sucede algo mágico: la poesía abraza y se deja abrazar. A quienes la aman de verdad, no les importa que las grandes editoriales no se hagan eco de su fuerza o que las secciones de poesía en las librerías sea minúscula –bueno, quizá eso sí fastidie más. No es su objetivo. La poesía se ha convertido en la puerta abierta de la gente perdida, en la mano que te trae de vuelta a ti mismo. Y es que es eso: un viaje introspectivo, un descubrimiento sorpresa en la rutina que nos ciega, una mirada distinta a lo mismo que vemos todos los días. Particularmente, la poesía me ha hecho amar la soledad. A otros, seguramente, les haya salvado de la suya. En todos los casos, cumple su función.

La poesía es un lenguaje universal y propio cuya voz escuchamos todos los días, lo que explica que proliferen los poetas de una manera ciertamente abusiva. No tanto así los poemas –los de calidad, me refiero–, ya que para que exista un poema este debe contar algo de una manera exclusivamente nueva. Y ahí es donde sucede la segunda consecuencia: la abundancia de voces ridículamente iguales, frases superpuestas, palabras repetidas que solo cambian su orden. A veces, en un exceso de cariño asfixiamos al amado.

Imagen del artista "Edu".
Imagen del artista «Edu».

Hoy en día, la poesía, aunque en alza, vive una suerte de corrupción que la aleja de su definición, que no es más que una expresión. Que está viviendo un momento brillante es incuestionable; pero no podemos olvidarnos de una cosa: un lector nunca debe conformarse, tiene que demandar a las editoriales una excelencia que esté a la altura de la poesía, no una audiencia asegurada. Un poema no puede, en ningún caso, minimizar la poesía. En ese momento, dejaría de cumplir su función.

Uno debe abrir un libro de poesía y encontrarse a sí mismo; no al reflejo de otro. En ese supuesto, me vienen a la cabeza varios nombres de poetas jóvenes que sin querer recuerdo y al hacerlo sé que son buenos. Uno es un muchacho de Oviedo que habla como si conociera el mundo desde que existe y cose palabras como estas: Sucede que cuando la beso / yo no la veo besar y cuando / hacemos el amor no veo cómo / hacemos certero el amor; un acierto de sabio sin arrugas: Diego Álvarez Miguel. Otro descubrimiento reciente que guarda cierta similitud con Diego, algo que sin duda me invita a leerlo, es Miguel Floriano: Me amabas / como saldando aquella soledad / tuya, imprescindible, sin saberme apenas / besar. Como viviendo en otro mundo. Un poeta joven que sigo desde hace años es Guillermo Castillo: Pensar a veces, qué bonita estarás así, / desprovista ya / de mi deseo. / Pensar a veces / que en realidad todo va bien y no me sirve. / Facebook me pregunta cuáles son mis recuerdos favoritos. / Y yo solo sé / cuáles me siguen matando de miedo. / Aquel puñal de lejía saltando / desde unos ojos huecos. / Tu mirada, todavía. / Haciendo del mundo siempre / mi herida única. Una chica de la que solo conozco su nombre virtual es Rayuelas Olvidadas, que te mece en una suerte de ternura triste en sus palabras: llega el dolor / que tiene la suavidad de tus manos / apacible, descalza, acostada / en una cama sin amor, / a través del humo veo / la lucha de un tiempo atrás, / tu sonrisa rompiéndose, / pero sangrando yo. Clarice Eté, una chica que siembra la red con pensamientos alzados, escribe lo siguiente: no quiero que me quieras así papá / no quiero que me grites de ese modo / porque quiero llevar el color de las nubes en el pelo / no quiero que te rías de ese modo / cuando te digo que quiero ser astronauta / o poeta / cuando te digo que me quiero dedicar / a besar las flores / una por una / hasta que no quede flor en el mundo / que no sepa lo mucho que me gusta.

Os invito a que los conozcáis, a ellos y a tantos otros. Os invito, también, a que dejéis la resistencia en otros ojos que no sean los vuestros y defendáis a la literatura blandiendo una crítica afilada, y que no os tiemble la mirada. Abridle la puerta a la poesía: ella hará el resto.

 

Elvira Sastre.

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